viernes, 18 de abril de 2014

Vuele maestro

La descripción es la cosa, cosa  más difícil para un escritor. Lograr meterte aquí dentro de este cuarto húmedo con sábanas color café y cuadros de Lennon, Frida, Violeta, que te imagines el piso encementado y las paredes roídas, es una cuestión arrecha. 
Me recuerdo a los diez años con mi primer libro en manos. Lo tuve que leer tres veces. Me confundían los mismos nombres, no entendía las metáforas; pero quería devorarme la biblioteca que armaba mi prima, sobre su escaparate. Te conocí en las páginas de ese libro, una edición de bolsillo, amarilla, no sé si gastada por polvo o por manos ansiosas.
Me metí y quería discutirte con ella. Pero, para ser sincera eras demasiado complicado esos días para mí. No podía. Te terminé y a los doce fui a una librería y te tuve conmigo. En ese entonces, ya conocía otras de tus páginas. Empecé a investigarte. Pedí de regalo una máquina de escribir y entonces tecleaba tonterías de mi salón de clases. Hasta tuve las chácaras de citarte en una hoja rosa y perfumada. Te entendí finalmente. Me enamoré de la descripción. Vaya recurso ó cosa. Soñaba con ser escritora y vender muchos libros, sin embargo primordialmente quería curar personas. Hasta que llegué a la escuela de Comunicación y en el primer semestre me leyeron un esbozo del Mejor Oficio del Mundo, la piel se me erizó tanto, que nunca voy a olvidar tu pasión. Estaba en clases de Historia del Periodismo, sentada entre 100 estudiantes, en el salón 101 A de la Universidad del Zulia. Me dije vaya, tiene razón. Me di un ultimátum, si en algún momento no siento ese cosquilleo, he estado equivocada de alma. 
Visité todos tus lugares. Sentí el fresco de una tarde caliente, el otoño me lo imagine hasta su crujir, tuve miedo. Me interesé por las crónicas. Por el lenguaje, fuera de la academia. Te conocí mejor. No quise usar grabadoras, porque recuerdo tus consejos, era mejor anotar, para parafrasearte la tecnología puede joder a un periodista. Escribía todo. Y me enamoré de las entrevistas. Te soñé con un café guisky, porque sé que odiabas a alguien preguntándote y preguntan dote. O sea preferías pasar un día, una conversa cualquiera.
Te recuerdo en una plaza con jóvenes que tienen los mismos sueños que vos. Manoseando tu esencia con gusto, gusto para vos que debías disfrutar de esos días tanto como nosotros. 
Hoy es viernes santo. Y yo sé que no estás muerto. Desde esta habitación de paredes gastadas y un frío caluroso, necesitaba dedicarnos algo. Brindarte por los consejos. Soltarte en cada frase con todo tu permiso. Saber que siempre se necesitará a alguien como vos. Recordar que los cementerios no sólo son de huesos. Que las letras muchas veces se entierran entre puro polvo y mugre. Que para mí eres importante. Qué la vida te de más, dondequiera que usted esté. 

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